lunes, 13 de mayo de 2019

Buen viaje (Goede Reis)

Hoy he visto mi saldo en la cuenta del banco y tengo más dinero que nunca. Que recuerde. Es la indemnización que negoció mi tío que es un excelente abogado. He visto la cifra mágica que ha conseguido mi tío en la aplicación de mi smartphone mientras me tomaba un delicioso café sentada en la terraza de un local nuevo. Me ha salido una sonrisa que se ha visto en la acera del frente y que iba mucho más allá de mi boca. Había un sol magnífico que me daba directamente en toda la cara. Ninguna protección solar hubiese podido evitar que los rayos me cayeran como lo hacían. Yo los estaba invitando. Me he levantado y he saludado a un hombre guapísimo que creía que me estaba saludando y resulta que saludaba a una chica, muy guapa también, que estaba detrás de mí. Para evitar la vergüenza de saludar al vacío, he seguido con la mano levantada y parecía que aquello iba a ser eterno cuando un taxi se ha parado frente a mí. Me he subido fingiendo la determinación de quién tiene un propósito y ha salido de mi boca, sin pedir permiso a nadie, la frase, “lléveme al aeropuerto, por favor”. El taxista me ha mirado raro, fugazmente, imagino porque sólo llevaba un bolso, grande; pero, no tan grande. Su extrañeza ha durado poco, los taxistas, casi sin excepción, son personas que han perdido la capacidad de asombro. Ha podido pensar que yo quizá era una ejecutiva corporativa de esas que viajan breve, pero frecuentemente y no necesitan mucho equipaje. Le digo “terminal internacional, salidas” y me quedo tan ancha, como si fuera una frase que dijera a menudo. Miro lo que llevo en el bolso y veo el libro que me regaló mi hermano 2 ayer: ”Te han despedido, ¡enhorabuena!: Una guía práctica para reinsertarte en el mercado laboral”. Un peine, un neceser con maquillaje, perfume, cepillo de dientes, dentífrico, colutorio, gel de manos. También lápiz, bolígrafo, teléfono, cargador, auriculares, agenda, botellita de agua… Vamos, lo de siempre; salvo el ordenador. Usualmente, cuando trabajaba también lo llevaba conmigo. Hoy me encanta mi bolso cargado. Llevo varios carnets, tarjetas, efectivo y me invade una sensación de esas de tenerlo todo, de no necesitar nada, como cuando llegas con tiempo de sobras a una reunión o cuando te preguntan justo lo que sabes. Eso debe ser lo más zen que podemos ser los que no somos zen.

Me encantan los aeropuertos. Tratar de adivinar de dónde son los idiomas que no entiendo. Imaginarme las historias de la gente. Pero toca decidir y está lleno de salidas, muchas a Paris, Londres, Munich, Reykjavik, Bruselas, Viena, Milan… y no voy a empezar con dudas ahora. La cola de Amsterdam es la más corta y todavía me quedará tiempo para comprar cosas en el duty free. Me voy a una de lencería y me siento como una modelo de Victoria's Secret. No me pruebo nada, elijo y pago. Me compro dos camisetas enormes. Una me la pondré ahora en el lavabo para viajar cómoda y otra me servirá de pijama. Me encanta mi ropa nueva. Necesito un lugar donde ponerla, busco mochilas y encuentro una que invita a la aventura. Me recuerda a la bolsa de un fotógrafo con el que viajamos a Buenos Aires y lo pasamos genial. Me la compro. Veo a un matrimonio con hijos y recuerdo que también tengo familia y le mando un WhatsApp a mi madre que probablemente leerá y reelerá más tarde porque le sonará a locura. Me siento frente a la puerta de embarque a esperar y pienso que sería bueno buscar hotel porque llegaré a Amsterdam en la noche sin saber a dónde ir. Busco en google uno que sea central y me viene el antojo de que tenga piscina temperada. Lo encuentro, es caro, pero ey, “yo lo valgo”. Me río de mí misma porque hoy soy un cliché y voy en dirección contraria a todo lo que me han enseñado. Lo que estoy haciendo no se parece en nada a lo que me recomendaría mi hermano 1 o mi padre, si viviera. Mi hermano 3 me diría que tengo que mandar 100 currículums a la semana. Y, en cambio, aquí estoy, con una sonrisa que ahora además es rebelde e interplanetaria, caminando decidida a conseguir todo lo que debería tener para disfrutar de la piscina de mi hotel de lujo y a seguir llenando mi mochila de viaje. El libro regalado que llevo no me parece nada apropiado para el viaje que inicio y como me queda un rato libre todavía, aprovecho de comprarme Cinco semanas en globo de Julio Verne. 

Y ahora sí, a esperar a que me toque acceder a la puerta de embarque y subirme al avión que me llevará al aeropuerto de Schiphol. Alea iacta est. La azafata me indica la dirección de mi asiento y me desea goede reis. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario