domingo, 27 de agosto de 2017
EL JARDIN DE ROSA
domingo, 2 de julio de 2017
Los bonobos y los silencios de Sofía
domingo, 18 de junio de 2017
LA NUEVA
lunes, 24 de abril de 2017
El lector obstinado y la historia que no leíste
Leías Una Habitación propia cuando se te acercó. Te pareció una buena opción: Era un libro liviano, ideal para un viaje corto. Ibas a ver a tu hermano a Londres, no habría escalas, ni largas esperas.
Lo habías visto en la cafetería, él leía a Charles Bukowski. Ahora que estabas más cerca, veías el título: Música de cañerías. Te habló atropelladamente, nervioso. Poco a poco, al ver que había captado tu atención, se relajó. Te dijo que viajaba a Los Ángeles, que había vivido allí de pequeño y se tomaba unas vacaciones. Quería ponerse “en onda”, con “lecturas californianas”.
-¿Qué lees? Ah, literatura femenina, qué bien. Virginia Woolf, feminista, ¿eso es lo que te gusta?. Eres feminista – decía convencido.
Cuando, finalmente, te dejó espacio para responder, le explicaste que pasabas por fases en tus lecturas, y que era verdad, que sí tenías una fuerte influencia feminista. Habías crecido rodeada de libros escritos por mujeres, como Doris Lessing, habías heredado los diarios de Anaïs Nin; y, sin embargo, considerabas que habías seguido tus impulsos.
Le contaste que tuviste un período francés, quisiste leer la versión original de El Principito, y te lanzaste a leer Le Petit Prince, como no fue tan difícil, quisiste más de Antoine de Saint-Exupéry. Conseguiste Terre des Hommes, Vol de nuit y, aunque no entendiste mucho, y te pasaste horas buscando en el diccionario, volaste con el autor e iniciaste tu etapa de escritores viajeros. Estuviste en el Everest con Jon Krakauer y en África con Karen Blixen.
Era hora de embarcar para ti y te despediste. Quedasteis de veros al regreso. Y en el vuelo pensabas que, muchas veces, en tu vida, te habían guiado obsesiones. Recordaste que después de ver la película El Cielo protector de Bertolucci, con una amiga, os fascinasteis con Riuychi Sakamoto que había hecho la banda sonora, y con Paul Bowles, el autor de la historia. Conseguisteis toda la música que pudisteis del compositor japonés y buscasteis todos los libros de Bowles.
A Memorias de un Nómada, le siguió leer a Jane, su mujer. Posteriormente, le tocó el turno a Djuna Barnes y a Truman Capote que aparecían nombrados en la autobiografía de Bowles. A Sangre fría, te dejó fatal. Breakfast at Tiffany's te pareció triste, pero fresca. Viste la película y diste con más de 50 versiones de la melodía de Mancini, Moon River.
Anaïs Nin también surgió entre las páginas del libro de Bowles y fue entonces que quisiste leerla, no años antes cuando te la había recomendado tu madre.
Os volvisteis a ver. A él le parecía que eras muy europea para leer; tú no estabas de acuerdo. Bowles era nacido en Nueva York. Habías leído a Ernest Hemingway y a Scott Fitzgerald. Gracias a Fitzgerald habías conseguido tu primer contrato. Hacías la práctica en una revista y en el comedor, mientras comentabais la última versión cinematográfica de El Gran Gatsby, el editor y tú coincidisteis en recordar la misma frase como la que más os había impactado del libro.
Disfrutabais vuestras mutuas confesiones. Le gustó saber que te dormiste en Cats, cuando, como gran cosa, te llevaron a un espectáculo en Broadway. O que le dijeras que a los 17 tuviste sobredosis de realismo mágico, y que después de leer varios libros largos de García Márquez te quedaste a medias en el más corto de todos: El Coronel no tiene quien le escriba. El prefería a Vargas Llosa.
Y os seguisteis viendo. Y la distancia entre Madrid y Barcelona nunca te pareció tan breve.
Te había definido como lectora feminista, de izquierdas, europea… ¿Era necesario ponerte etiquetas?. Tú también leías yanquis, que más estadounidense que Hemingway. Es cierto que te aburriste como una ostra leyendo El viejo y el mar (y no te atreviste a decirlo hasta muchos años después). En Fiesta, no obstante, te habías sentido protagonista. Puestos a catalogar, sí te gustaba lo gringo, al menos algunos, mucho. Pero, no, para él, lo verdaderamente americano era Jack Kerouac, William S. Burroughs y Allen Ginsberg. O J.D. Salinger. Te prestó The Catcher in the Rye, y ése lo sentiste como su primer acto de amor. Era una lujosa edición, la suya, tú te compraste El guardián entre el centeno y de bolsillo, para alternar los idiomas. Te parecía que sobrestimaba tu nivel de inglés y eso te hacía ilusión. Cuando os volvisteis a ver, que cada vez era más seguido, le dijiste que te había encantado.
Le dejaste Orgullo y Prejuicio de Jean Austen, y le pareció un tostón. Tú querías que entendiera que a veces compartías la misma sensación claustrofóbica de la autora. No apreció las descripciones de la inglesa como tú. Te dijo que era literatura femenina y su costumbre de encasillarte, empezó a agobiarte.
Es verdad que te había mostrado una faceta tuya que no habías visto antes. Observabas ahora todos esos pequeños rituales de lectura que rozaban, quizá, ligeramente, con algo parecido a un comportamiento obsesivo compulsivo.
Pero, que te dijera que eras literariamente autista por ser ajena a los rankings y a los best sellers, no ayudó. Le explicaste que no estabas desinteresada del mundo literario exterior, que seguías tus propias pulsiones.
De pronto, te veías como pidiéndole disculpas por leer a los clásicos y dándole explicaciones de que no conocer a nadie de la nueva generación de escritores argentinos, por ejemplo, no te convertía en ignorante.
Y las horas que separaban a Madrid de Barcelona se volvían más largas.
Y a ti, cada vez te gustaba menos él y menos tú. Y se hacía más evidente que erais literariamente irreconciliables. Y si cedías en esa batalla de letras (que era mucho más que eso), dejarías de quererte y perderías tu esencia.
Lourdes Andrés
domingo, 12 de marzo de 2017
LA MUDANZA
martes, 17 de enero de 2017
Iniciativas solidarias: Pequeñas grandes acciones por un mundo mejor.
“Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”.
Edmund Burke, filósoso irlandés.
Acabo de leer que “en un mundo ideal no deberían existir ONG’s” y es cierto; pero, este no es, ni de cerca, un mundo ideal. Las ONG’s, las fundaciones, las acciones solidarias, las personas ayudando a personas, son resultado de tomar las palabras de Edmund Burke muy en serio.
En lo personal, hace años que opté por apoyar iniciativas solidarias pequeñas, manejables, que conociera.
En el último tiempo me he involucrado en pequeñas recaudaciones para propósitos específicos. La proyección de un documental para Proactiva Open Arms. Vender calendarios para una protectora de animales o ayudar a gente que cuida gatos y perros de forma anónima y altruista.
De las que he visto, la acción solidaria que más me ha enternecido es la historia de cómo tres niñas han logrado recaudar un millón de euros haciendo pulseras a favor de la investigación del cáncer infantil. Daniela y Mariona, amigas de Candela -la niña enferma de leucemia-, decidieron vender pulseras en Benicarló para solidarizarse con su amiga. El gesto solidario de las niñas, así como las pulseras, gustaron. Y se vendieron, de tal manera, que lo recaudado asciende a la mitad del total del presupuesto de investigación en oncología del Hospital Sant Joan de Déu.
Mi primera experiencia en voluntariado fue la Fundación Santa Clara en Santiago de Chile. Era una pequeña congregación, con muy pocos recursos, dependiente de los Franciscanos. En un recinto tan reducido como digno, las monjas daban alojamiento y cuidaban a niños con sida, también apoyaban a sus familias. Cuando empezaron a hacerlo, los pobres que tenían sida en Chile se morían. Al cabo de un tiempo, cuando los medicamentos estaban relativamente al alcance de los afectados, gracias a las políticas de salud públicas, los enfermos de sida, malvivían y eran discriminados. La situación ha mejorado relativamente.
Me cautivó esa pequeña fundación a la que ayudaban, con muchas ideas y poco dinero, diversas mentes creativas de manera pro bono con su tiempo, experiencia y formaciónabogados, periodistas, economistas. Sé que hoy siguen haciéndolo, cada vez mejor, aunque sé también, que la discriminación permanece.
Me llegó mucho el trabajo que se hacía ahí y ese entusiasmo de los voluntarios me contagió y me atrajo mucho más que otras grandes ONG’s cuyas tiendas, por ejemplo, estaban ubicadas en las zonas más caras de Santiago y que pagaban sueldazos a sus ejecutivos, muchos de los cuales, tomaban aquellos trabajos como simples trampolines en sus carreras para saltar después a cargos directivos en multinacionales.
A mi me han aburrido esas tremendas ONG’s, por lo anterior y porque funcionan exactamente como multinacionales. Es usual ser víctima de unas acciones demarketing que, a mi juicio, las desgasta. Tienen atrabajadores que te abordan a pie de calle o te llaman por teléfono casi tan insistentemente como los que te ofrecen tarifas de móvil. Quieren conseguir socios, insisten con promociones y, probablemente, les pagan a comisión. Las remuneraciones de esos trabajadores no se parecen nada a los sueldos que ofrecen a los ejecutivos en linkedin. Usan las mismas vías de difusión o rostros famosos que las grandes compañías. Apoyándolos no quiero fomentar ese tipo de políticas laborales que ahondan en la desigualdadsocial. Me parece absurdo. No diré cuáles son. Las conocemos todos. Tampoco digo que esté mal. Cualquier camino que conduzca a ayudar a otros, a mostrar compasión, a ser solidario, me merece respeto. Pero veo mejores alternativas al alcance de todos, más coherentes y hay opciones que prefiero.
Quiero rescatar algunas que he visto nacer y algunas crecer en el último tiempo. Han surgido iniciativas, individuales, pequeñas, grupales que han ido creciendo y que me han llamado la atención. Una, ya podría decirse que es una “ex pequeña” porque ha crecido vertiginosamente, es Proactiva. Nació en medio del caos que generó la guerra civil siria, cuando miles de personas perdían la vida intentando llegar a Europa por mar. OscarCamps, socorrista radicado en Badalona, invirtió sus ahorros y se desplazó con un grupo de compañeros de trabajo a Lesbos, una isla griega situada cerca de Turquía, y empezaron a rescatar a refugiados que naufragaban, desde el primer día en que pisaron la playa. No han parado y a poco andar ya eran un grupo respetado por los guardacostas y reconocidas ONG. El resto es historia.
Otro grupo de voluntarios catalanes ha impulsado Eko, un espacio que acoge a más de mil refugiados para que no queden limitados a las opciones que les otorga el campo militar de Vasilika, al norte de Grecia, donde están viviendo. He conocido a varias voluntarias que han dedicado sus vacaciones a este generoso proyecto.
La campaña “Casa nostra, casa vostra” es otro ejemplo, de gente ayudando gente. Todo tipo de personas y asociaciones se han unido para acabar con el egoísmo que nuestros gobiernos han demostrado respecto al trato que Europa le da a los refugiados. Se denuncian hechos que no deberían ocurrir, se difunden. Son personas que no se cruzan de brazos ante la injusticia que ha significado la llamada “crisis migratoria”.
Andrew Funk, profesor nacido en Texas y afincado en Barcelona hace más de 10 años, ha lanzado diversas y singulares campañas en las redes sociales. En 2015 se ofreció para enseñar inglés a los candidatos a Presidente del estado. En esa oportunidad, logró llamar la atención en los medios e incluso hablar con Pablo Iglesias. Supongoque al ver la repercusión que sus acciones han tenido, ha decidido apostar más alto. Esta vez le ocupa una iniciativa más ambiciosa y solidaria. Quiere sacar de la calle a gente sin techo. Se ha puesto en contacto conmigo para que le apoye con difusión en su nuevo proyecto. El mismo que le llevó el año pasado a instalarse en la entrada principal del Mobile World Congress 2016, con un cartel que decía que "El móvil puede eliminar el sinhogarismo", cuando pretendía interesar en su proyecto a Mark Zuckerberg. No lo consiguió, pero no se ha frustrado. Funk nos muestra una realidad a la que nos enfrentamos a diario y no miramos a los ojos, él sí. Está embarcado en el proyecto 'Homeless Entrepreneur' y trabaja en pro de la integración social de las personas sin casa. Y la de él, es otra iniciativa que aplaudo y os invito a apoyar.
Mi aportación es ésta, mostrar opciones. Las hay de todo tipo. Cataluña es un terreno fértil para la solidaridad; pero, cualquier lugar es válido para no cruzarse de brazos.
https://twitter.com/PulserasCandela
http://fundacionsantaclara.cl/index.php/welcome/historia
https://www.facebook.com/Ekommunity/
https://www.proactivaopenarms.org/es
http://www.verkami.com/projects/16724-the-naked-truth-of-the-street
https://www.casanostracasavostra.cat/qui-som/organitzacio
viernes, 6 de enero de 2017
ELLA LO HUBIESE LLAMADO HOTEL VICTORIA
7 años de tocar puertas, de hacer casi de todo, de mandar currículums. Sin recomendaciones, sin amigos, sin tarjeta sanitaria. Enfermar de pena.
7 días con suero, con oxígeno y sin fuerzas. Claudia le devolvió la mirada a su madre. Quería decirle viviré y no podía. Quería explicarle que de ésta, saldría, y no siendo de certezas, estaba segura: No perderás otro hijo, pensaba.
Poco antes de Navidad, Claudia regresaba a casa de su madre, necesitaba cuidados, apenas podía caminar; pero, mejoraba. Y llegó Ignacio, desde Australia, después de años sin volver, a hacer reír a su hermana. Cada carcajada resentía a sus débiles pulmones y valía la pena.
7 años después, una puesta en escena impecable y Claudia preocupada, desconfiaba de la asistencia de la gente. Le habían advertido que eran fechas complicadas, tres semanas previas a Navidad, aunque hubiesen magníficos regalos, en un excelente lugar con buena ubicación y deliciosa comida . En el medio se decía que había que invitar tres veces la cantidad de gente que querías lograr… Lo había hecho un montón de veces y no conseguía despejar la incertidumbre. Era su primer acto importante como directora de la revista.
Se veía todo precioso. Se contaba a si misma el chiste de haber preparado la boda perfecta para su jefe. Un holandés gay que le había dado la oportunidad de su vida. Un hombre brillante que aprendía rápido, tenía buen olfato y sí, haciendo honor al tópico, poseía un gusto exquisito. Dar con un sitio apropiado, un catering a medida, la música perfecta y la atmósfera buscada, era garantía de éxito. Si estaba bien para él, gustaría.
Los invitados eran de un tipo específico, pero no podía haber asientos vacíos y había asegurado las bajas con algunos conocidos, como su hermano y su mujer. Miguel Ángel, no llegó, en su lugar vino su hija con una amiga: la periodista. Claudia ya la conocía. Para la amiga de su sobrina, Claudia ya no era invisible, ahora tenía nombre y carrera. Vaya, de pronto era interesante. Su sobrina se desvivía en elogios para su amiga. La imagen se le hacía tan burda como predecible. Se había prometido no caer en vanos halagos y no olvidar, sobre todo no olvidar. Pretendía que le presentara al editor de política, que le pasara el currículum a alguien, tenía ideas para entrevistas. Para su sobrina, Claudia era su tía solterona, aburrida y con malos trabajos. La loser. No era que le hubiese dicho lo que pensaba de ella, era lo que le escuchaba decir de otros. Tampoco era el lugar. Tocaba respirar hondo y no perder de vista los detalles, saludar a la gente por su nombre. Claudia era directora de revista y su novio médico. Estaba dispuesta a no caer en el patrón de la familia de dividir el mundo entre winners y losers. Ese estilo profundamente establecido y que le recordaba de lo que huía, esa Sudamérica frívola y despreocupada que da la espalda a la Sudamérica que sufre.
- Vaya, no sabía que tú sabías que yo era periodista.
Sonaba irónico y no le iba a dar cabida al rencor, a la sensatez sí. Las sentó en una mesa y les explicó que no se arriesgaba a recomendar a nadie que no conociera trabajando; menos aún, cuando estaba recién empezando. Al alejarse de la mesa, dispuesta a concentrarse en su propósito: que el lanzamiento fuera perfecto; vio la cara de decepción de su sobrina.
Claudia era la misma de siempre, sabía los mismos idiomas, tenía la misma carrera y sus opiniones eran parecidas a las que 7 años atrás, cierta facción familiar desacreditaba. No había cambiado, había abrazado el fracaso y la tristeza para reconstruirse.
Los invitados llegaban con sonrisas cordiales, algunos con gratitud, otros con prepotencia; pero, eran los elegidos y todos recibirían un trato amable. Claudia no abría puertas, ni las cerraba, sólo hacía su trabajo lo mejor posible. Su madre estaría orgullosa viendo el salón tan bellamente dispuesto. Incluso a Ignacio le gustaría todo ese glamour, tan diferente a la vida que él había escogido. Se burlaría, pero lo disfrutaría. Él, el otro hermano loser, el otro solterón sin casa, él mismo que gastó sus ahorros para venir desde Australia a verla cuando estuvo convaleciente.
Estaba todo perfecto y a Claudia se le caían las lágrimas en el lavabo del hotel. Cuántas veces había estado ahí mismo sólo por entrar a un buen tocador después de haber pateado la calle buscando empleo. Había ido a ese hotel a pedir trabajo, a saludar a su padre y su madrastra de visita en Barcelona… Ese instante no podía alargarse y sus ojos irritados no deberían notarse. Tocaba entrar sonriendo en un mundo de apariencias, perfumes caros, delicatesen… y dejar atrás: escollos y dolor.
Ignacio no iba a estar y debía mostrarse entera. Valeria le había mandado un whastapp y le había pedido un buen momento para llamarla y, pese a que no lo había, hablaron.
Claudia e Ignacio no se juntarían a medio camino como habían planeado. Había postergado su viaje hasta las vacaciones de la revista, las primeras de contrato indefinido. Estaba en el lado ganador, en el hotel que representaba su triunfo, destrozada. Su madre había perdido otro hijo y aún no lo sabía. Claudia no se lo había dicho a nadie. Después de esa noche mágica y rara, se lo diría. Le explicaría que había cumplido su sueño, vivir cerca del mar, surfeando y enseñando a surfear. Que su ola, de 7 metros de altura, The Right one, se lo había llevado.