domingo, 18 de junio de 2017

LA NUEVA

LA NUEVA

Se sentó al medio. Iba vestida como cualquiera de nosotros. Llevaba lo que en un instituto sería ropa de camuflaje: tejanos, bambas, mochila. Era alta, de pelo castaño. No quería llamar la atención. Se notaba que sabía ser nueva. 

La profesora pasó lista y ella respondió lo mismo que el alumno anterior, un “si” audible, pero no muy alto.

A la salida, mientras esperaba que mis padres me pasaran a buscar, la vi agachada al lado de un coche. Estaba cogiendo un gato pequeño que maullaba.

Sacó un pañuelo de papel, lo mojó con un poco de agua de su botella y le limpió las legañas que le molestaban. 

_Hola, estás en mi clase. ¿Te quedarás con el gato?
_No sé, no veo a su madre, ni a otros gatitos. Quizá. 
_No me dejan tener mascotas. Ya me gustaría…
_No lo hemos hablado, acabamos de llegar, no creo que lo noten.
_¿De dónde has llegado?– Y antes de terminar la frase vi a mis padres haciéndome señas desde el coche.
_Me voy_, le dije _,vivo en Calafell.

De la manera que me sonrió al despedirse creo que fue un alivio para ella no responder.

No era catalana. Su acento era distinto, no como el argentino que trabajaba en la cocina con mi padre, ni como clientes del restaurante que se notaba que eran extranjeros aun hablando castellano. En casa hablábamos catalán y teníamos acento; pero, a los demás les respondíamos en el idioma en el que nos hablaban. Mi padre decía que eso era lo que hacía alguien amable. Quizá porque nuestro restaurante estaba en la playa y venía mucho turista.

Me costó dormir pensando de dónde vendría, dónde viviría y si se habría quedado con el gato.

Al día siguiente la trajo una señora rubia en un coche como el nuestro. 

_Hola_, me dijo sonriendo y hablando bajito, continuó_Me he quedado con el gato, no lo sabe nadie. Está en mi habitación.

_Soy Montserrat, ¿eres Adriana?

_Sí. Tenemos que ponerle nombre y comprarle comida. Le he dado leche, agua y yogur; pero, necesito cosas de gato._ 

Me encantaba ser parte de su secreto. Estaba feliz y tenía una misión.

_Después de clase no puedo.

_Tampoco, me vienen a buscar. ¿Alguna clase de la que se pueda escapar?

_Religión_ le respondí emocionada. Nunca había faltado a clase.

Salimos. Recordaba un veterinario cerca. El corazón me palpitaba rapidísimo. Adriana preguntó por comida para cachorros de gato. 

_¿Cuántos meses?
_No sabemos. Estaba abandonado.
_¿Lo habéis vacunado?
_No.
_¿Desparasitado?
_Tampoco.
_Tenéis que hacerlo.

No sabía mucho de Adriana, pero lo que ocurría era mejor de lo que hubiese podido imaginar.

A la mañana siguiente nos sentamos juntas y me invitó a su casa en Sitges. Tenia un cuaderno bonito, ordenado y letra clara.

_Soy empollona_ me dijo y se rió.

Estaba muy contenta, les conté a mis padres y les hizo ilusión. No tanta que no supiera nada de su familia. Estaban acostumbrados a conocer varias generaciones de cualquiera. La gente de Vilanova se conocía y nosotros lo éramos, aunque viviéramos en Calafell. Yo no conocía a nadie que viviera en Sitges. 

En el recreo me dijo que había vivido en Bilbao, sus abuelos paternos eran vascos y también en Madrid y que ella nació en Santiago. 

Mis padres quisieron presentarse. Saludamos a su madre, Gloria y su hermano Borja. Era el hombre más guapo que había visto en mi vida. Mis padres se tranquilizaron. Luego resultó que sus abuelos maternos eran de Vilanova. Los rumores decían que su madre se había casado con un viejo millonario sudamericano y había regresado divorciada.

Adriana ya sabía donde había veterinario en Sitges. Salimos con el gato escondido en la mochila.

_Es gata_ me dijo entusiasmada_. Hemos de pensar en nombres de mujer. 

_¿Echas de menos donde vivías?

_¿Santiago? Claro. Mis amigos, las montañas, cosas.

_Pero te gusta aquí, ¿no?, ¿la playa?

_En Santiago no hay mar, pero cerca sí, íbamos a Viña, Algarrobo y Zapallar. Es muy bonito. 

_¿Porqué vinisteis?

_Vinimos por “El Golpe”_. Sentí que lo de “El Golpe” era algo que debía saber y no pregunté. _Después regresamos a Chile.

Me daba vueltas en la cabeza eso de Chile. Había pensado que se refería a Santiago de Compostela.

Mis padres aceptaron que la invitara el fin de semana al restaurante.

Adriana no quiso dejar mucho tiempo la gata sola y llegó a la una. Nos sirvieron un picoteo para que no tuviéramos hambre. Comeríamos después de cerrar. Le enseñé a hacer cafés. Le encantó. Ya no me sentía ignorante, mi padre me había explicado que “El Golpe” era una cosa política de Chile, que había hecho que mucha gente se fuera del país, algunos antes y otros después. Un lío. Habían vuelto porque su madre se había divorciado. Nunca había conocido alguien con padres separados. 

Mi madre nos dejó elegir a la carta. Ella dijo que le gustaba el arroz y mi padre sugirió paella para todos. Le gustó porque repitió. 

Me dijo que echaba de menos las mermeladas de Chile, la chirimoya, la sandia, el pastel de choclo… Supuse que si lograba que le gustaran más cosas, mi amiga se quedaría.

_De aquí, me gusta la lluvia, el aire y el viento. En Santiago, sólo llueve en invierno y aquí puede ser de repente. En Santiago, la lluvia es ordenada, de arriba para abajo y aquí viene de cualquier lado. 

_A veces el paraguas no te sirve de nada_ continuó. _Y en Santiago no hay viento.
_Cómo no va haber viento, ¿no hay en todas partes?
_En Santiago, no. Al menos yo no lo he visto_ dijo y se rió. A mi también me pareció gracioso.
_¿Y eso?
_Debe ser por la Cordillera. Santiago está en un valle rodeado de montañas altas que no dejan pasar el viento. 

Me tranquilizó que le gustara hacer cafés en nuestra máquina, la paella de mi padre, el viento, la lluvia. Quería convencerla de que la mermelada era buena también. Teníamos de frutos rojos y le di. La probó y puso cara de desaprobación.

_ No hay como la mermelada de mora chilena.
 _No le hemos puesto nombre a la gata_ le dije. 
 _¿Y si la llamamos Mora?