domingo, 24 de abril de 2022

UN DOMINGO EN VILLE-D’AVRAY de Dominique Barbéris

 UN DOMINGO EN VILLE-D’AVRAY


Si alguien más radical como Albert Camus hubiese titulado esta novela posiblemente se llamaría El tedio. Esa es la sensación que la autora, Dominique Barbéris, nacida en Camerún, en 1958, transmite con su relato. Lo logra con esa repetición constante de la palabra Domingo, una y otra vez (sin distinguir entre singular y plural, la he contado 32 veces, lo que no es poco en solo 138 páginas, y se me puede haber escapado alguno). La autora repetía para que sucumbiéramos, junto a sus personajes, en el sopor de un domingo cualquiera.

Lo de Camus distrae, el relato es más bien costumbrista. Podría maridar bien con un cuadro impresionista, más de Claude Monet que de Manet; pero, como a ratos la narrativa cambia, bien podría ilustrarse con una obra de Edward Hopper. 

Me preguntaba, por momentos, cómo se escucharía en su versión original en francés: la sonoridad de Domingo en castellano es redonda, pesada; la de Dimanche, en cambio, es más ligera. Con la musicalidad francesa se entendería mejor, quizá, cuando la narrativa, en castellano, se transformaba, rara y sorpresivamente; y surgía un texto que no parecía parte del todo.

El relato es el de una mujer que visita a su hermana mayor en Ville-d’Avray, una plácida zona residencial a las afueras de París. En ese encuentro reaparecen sus recuerdos, sus historias, los caminos que tomaron y los capítulos que se han perdido la una de la otra.

Ville-d’Avray se muestra como un universo tan enfrentado al de París, como extemporáneo, cuando geográficamente solo hay 15 kilómetros de distancia. El trecho que separa esos dos mundos, en este imaginario, es abismal.

La hermana menor, la parisina, la narradora, muestra de soslayo el menosprecio de los que pertenecen a su hábitat capitalino respecto de los que no lo son. Responsabiliza a su marido Luc de un desdén por las provincias, que se percibe, sutilmente que ella comparte. Explica que Luc es “incapaz de comprender el universo de mi hermana. Luc es el prototipo de parisino ocupado y activo. Tiene un montón de teorías sobre asuntos de toda índole, es adaptable, concreto, racional, a menudo irónico. No es que mi hermana carezca de inteligencia. Ha leído mucho, pero de sus lecturas no ha extraído ninguna teoría, sigue siendo despistada, soñadora, pasiva… Padece una indecisión enfermiza, siempre llega tarde y mal peinada”.

Por más neutralidad que intente aparentar, en algunos fragmentos, otros la delatan. La hermana menor peca del mismo snobismo y sentido de superioridad del parisino que representa su marido. “La mayoría de nuestros amigos, universitarios parisinos, se presentan en vaqueros, una manifestación de su actitud crítica, de su posicionamiento libre en la vida; la señal de que se han liberado de lo fastidioso, lo burgués, lo ceremonial de las apariencias. Sería más acertado decir que en ellos adopta formas más sutiles, ocultas en detalles casi invisibles de sus prendas sobrias, bien cortadas, casi siempre negras, que responden a códigos selectivos, nacidas en el centro de París, fluctuantes como la moda, y que mi hermana no posee, porque vive en Ville-d’Avray”.

Es posible que las hermanas hayan perdido la complicidad de su niñez, que se hayan distanciado; pero, comparten muchos recuerdos y los mismos valores románticos inculcados por las mismas novelas y la misma educación. Ambas esquivaron las predicciones de su madre que les advertía de un potencial fracaso: “como no estudiéis acabaréis de cajeras”.

Durante ese domingo, solas, al atardecer, en el jardín, entre verdades a medias, silencios y cierta hipocresía cordial, las hermanas atisbarán que sus vidas no fueron como aparentaron ser. Que la hermana mayor, la provinciana, la mujer del médico, ocultó una aventura inconclusa con un desconocido que todavía revive pese al tiempo transcurrido. Y a la menor, la práctica, la urbanita, la que no se permite ensoñaciones, la descoloca, sin embargo, la cándida pregunta de su hermana: “¿Te satisface tu vida?”.

De regreso a su casa de París, estaría “tan triste como si me hubiera exiliado”. Y es entonces, en ese presente, cuándo confluyen sus mundos, porque se mienten; pero, intuyen sus verdades. Las novelas románticas con las que tejieron sus anhelos les han fallado. Sus sueños no se han cumplido. En palabras de Walt Whitman: “¡Durante cuánto tiempo nos engañaron!”.

Lourdes Andrés