domingo, 11 de noviembre de 2018

FUE UNA BONITA HISTORIA

Quizá debiste hacerlo antes.

Lo conociste en Santiago, en una fiesta en el Museo de Bellas Artes. No era muy de museos, te explicaría después. Pasaba por allí y le llamó la atención que hubiese luz y jaleo de noche. Le decías que fue su sangre andaluza la que le atrajo a la fiesta. 

La vuestra fue una bonita historia. 

Estabas con tu mejor amiga, una arquitecta recién titulada que bailaba sin parar. Conocías a casi todos, pero ibas por libre. Mirabas y paseabas sola, como si hubieses ido al museo un día cualquiera. Y eso fue bueno, te confesó, que estuvieras sola favoreció que Francisco se te acercara. 

Antes de él te gustaba estar sola.

Qué hombre tan guapo era. Encantador, espontáneo. Moreno con ojos de un marrón verdoso. Y ese acento con un dejo andaluz suavizado por tantos años de vivir fuera. 

Había venido a México por una oferta que le hicieron mientras vivía en Boston, se decidió porque echaba de menos hablar castellano y su empresa después le propuso liderar un proyecto en Chile. Llevaba pocos días en Santiago cuando os conocisteis. 

Con él, la ciudad se sentía diferente. Eras turista en tu patria y él se había vuelto tu guía.

Escuchabas sus historias que se cruzaban con las tuyas y lo descubrías. Te explicó que de pequeño domesticó un zorrito en el huerto de sus abuelos. Usaste esa anécdota para traer un gato a casa. De niña nunca pudiste. Buscaste uno que pareciera un zorro y así nombrasteis a vuestro abisinio. Hoy tenías la sensación de que Zorrito lo añoraba. 

Te explicó que su vida en Marbella no tuvo nada que ver con lujo. Fue sencilla y fue feliz. Su madre era modista, su padre pescador y nunca les faltó nada. Tu vida había sido tan distinta.

Zorrito te interrumpe paseándose por encima del mapa de España que tienes extendido en la mesa del comedor. El gatito tiene toda la intención de ser parte de tu plan. 

A Francisco le hacía mucha gracia que a todo le pusieras diminutivos. Estás tratando de unir historias como si fueran piezas de un puzzle que no sabes por dónde empezar. Piensas que debiste grabarlo todo. 

El vuestro pudo haber sido un hermoso viaje. 

Respiras hondo y sigues. Tus ojos se van al sur del mapa maltratado por Zorrito. Buscarías un bar en el casco antiguo y pedirías tapas, boquerones fritos o sardinitas. Probarías el salmorejo. Caminarías.

El teléfono interrumpe tu plan de recordarlo todo. No quieres hablar con nadie.

Francisco te contaba que su padre era buen cocinero, su madre también y no podían estar juntos en la cocina, que cuando eso pasaba era una batalla campal. Te contaba que esas fueron las únicas peleas que vio en su casa. Tu vida había sido tan diferente.

Querrás ir a donde Francisco estudió. Fueron excelentes estudiantes, él y su hermana. Sus padres estaban tan orgullosos. Eran los primeros universitarios en la familia. Me explicaba que a sus padres, más allá de Málaga, todo les parecía lejos.  El destino de los hijos de Pedro y María los llevaba siempre más allá. Francisco de Madrid al MIT. Vivió en Boston, primero como estudiante, después como profesor. Echaba de menos el Mediterráneo, la comida, la gente, el aire, el clima. Cuando podía viajaba a Málaga. 

Planeabais viajar juntos. 

Su hermana se ganó una beca para estudiar literatura inglesa en Londres y conoció a Ian. Al dejar Boston, Francisco volvió a Marbella, estuvo con sus padres, antes de instalarse en México para llegar finalmente a Chile.

Crees que debiste viajar a tiempo, que debiste tener un hijo. Pensabas que eras demasiado feliz, que no iba a durar. Perdiste la religión, que no la culpa.

Crees que tu cabeza va a explotar.

Debiste haber apuntado los lugares donde había jugado de pequeño, sus amigos… Ahora no estarías exprimiendo tu mente, a la desesperada, para sacar los nombres que te dijo, sus historias, sus lugares.

Cuando no recuerdas su cara, buscas nerviosamente una foto.

Os queríais tanto que duele recordar. Conocerlo era echar por tierra estereotipos. La suya era una familia magnífica. Los hijos de María y Pedro habían atravesado fronteras, habían brillado y volado lejos de casa. Piensas que para vosotros fue tarde.

Debiste viajar a tiempo.

Te costaba encajar en tu mentalidad burguesa lo lejos que habían llegado ese par de niños andaluces, hijos de un pescador y de una modista. Decía que sus padres eran singulares. Apenas tenían estudios, su madre sumaba de memoria. Revisaba sus deberes y más que ayudarlo con las matemáticas, disfrutaba con él. Su padre era un ávido lector. Lo había aprendido antes de dejar al colegio y estaba agradecido. Cuenta que pasaba por la biblioteca, sacaba un libro a la semana y se los explicaba. Carmen heredó de él su pasión por la lectura.

Tocan el timbre y es Carmen. Ha venido desde Londres. 

Tal como ella presagió la fatalidad al escuchar mi voz, cuando oí la sirena de la ambulancia, una de tantas que recorren Santiago, sentí un escalofrío.

Carmen te acompañará a la morgue a la que no has tenido el coraje de ir. Juntas volareis a Málaga y esparciréis las cenizas de Francisco.

Sólo te quedan recuerdos, olor y objetos a los que te aferrarás. Te da miedo olvidar. Sabes que algún día su olor se desvanecerá y sólo con pensarlo te cuesta respirar. Carmen llenará los vacíos de tu relato. Ella hará contigo parte de este viaje. Recorrerás su mundo como con él como guía. 

El azar te lo había regalado y ahora te lo arrebataba. No dejarías que te quitaran todo. Gracias a Francisco sabías que la felicidad era posible. Te aferrarías a la vida como él lo hizo, como tú también eras capaz de hacerlo. Con fuerza, con toda la fuerza que pudieras reunir, aunque ahora estuvieras rota.


La vuestra fue una bonita historia. 

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