viernes, 6 de enero de 2017

ELLA LO HUBIESE LLAMADO HOTEL VICTORIA

7. Todo a punto. Manteles, velas, regalos, elegantes anfitriones. Claudia había supervisado cada detalle y aún así: nervios. Unos minutos de satisfacción, la sensación de haber hecho los deberes y un breve alivio. 

7 años de tocar puertas, de hacer casi de todo, de mandar currículums. Sin recomendaciones, sin amigos, sin tarjeta sanitaria. Enfermar de pena.

7 días con suero, con oxígeno y sin fuerzas. Claudia le devolvió la mirada a su madre. Quería decirle viviré y no podía. Quería explicarle que de ésta, saldría, y no siendo de certezas, estaba segura: No perderás otro hijo, pensaba.

Poco antes de Navidad, Claudia regresaba a casa de su madre, necesitaba cuidados, apenas podía caminar; pero, mejoraba. Y llegó Ignacio, desde Australia, después de años sin volver, a hacer reír a su hermana. Cada carcajada resentía a sus débiles pulmones y valía la pena. 

7 años después, una puesta en escena impecable y Claudia preocupada, desconfiaba de la asistencia de la gente. Le habían advertido que eran fechas complicadas, tres semanas previas a Navidad, aunque hubiesen magníficos regalos, en un excelente lugar con buena ubicación y deliciosa comida . En el medio se decía que había que invitar tres veces la cantidad de gente que querías lograr… Lo había hecho un montón de veces y no conseguía despejar la incertidumbre. Era su primer acto importante como directora de la revista. 

Se veía todo precioso. Se contaba a si misma el chiste de haber preparado la boda perfecta para su jefe. Un holandés gay que le había dado la oportunidad de su vida. Un hombre brillante que aprendía rápido, tenía buen olfato y sí, haciendo honor al tópico, poseía un gusto exquisito. Dar con un sitio apropiado, un catering a medida, la música perfecta y la atmósfera buscada, era garantía de éxito.  Si estaba bien para él, gustaría. 

Los invitados eran de un tipo específico, pero no podía haber asientos vacíos y había asegurado las bajas con algunos conocidos, como su hermano y su mujer. Miguel Ángel, no llegó, en su lugar vino su hija con una amiga: la periodista. Claudia ya la conocía. Para la amiga de su sobrina, Claudia ya no era invisible, ahora tenía nombre y carrera. Vaya, de pronto era interesante. Su sobrina se desvivía en elogios para su amiga. La imagen se le hacía tan burda como predecible. Se había prometido no caer en vanos halagos y no olvidar, sobre todo no olvidar. Pretendía que le presentara al editor de política, que le pasara el currículum a alguien, tenía ideas para entrevistas. Para su sobrina, Claudia era su tía solterona, aburrida y con malos trabajos. La loser. No era que le hubiese dicho lo que pensaba de ella, era lo que le escuchaba decir de otros. Tampoco era el lugar. Tocaba respirar hondo y no perder de vista los detalles, saludar a la gente por su nombre. Claudia era directora  de revista y su novio médico. Estaba dispuesta a no caer en el patrón de la familia de dividir el mundo entre winners y losers. Ese estilo profundamente establecido y que le recordaba de lo que huía, esa Sudamérica frívola y despreocupada que da la espalda a la Sudamérica que sufre. 

- Vaya, no sabía que tú sabías que yo era periodista.

Sonaba irónico y no le iba a dar cabida al rencor, a la sensatez sí. Las sentó en una mesa y les explicó que no se arriesgaba a recomendar a nadie que no conociera trabajando; menos aún, cuando estaba recién empezando. Al alejarse de la mesa, dispuesta a concentrarse en su propósito: que el lanzamiento fuera perfecto; vio la cara de decepción de su sobrina. 

Claudia era la misma de siempre, sabía los mismos idiomas, tenía la misma carrera y sus opiniones eran parecidas a las que 7 años atrás, cierta facción familiar desacreditaba. No había cambiado, había abrazado el fracaso y la tristeza para reconstruirse. 

Los invitados llegaban con sonrisas cordiales, algunos con gratitud, otros con prepotencia; pero, eran los elegidos y todos recibirían un trato amable. Claudia no abría puertas, ni las cerraba, sólo hacía su trabajo lo mejor posible. Su madre estaría orgullosa viendo el salón tan bellamente dispuesto. Incluso a Ignacio le gustaría todo ese glamour, tan diferente a la vida que él había escogido. Se burlaría, pero lo disfrutaría. Él, el otro hermano loser, el otro solterón sin casa, él mismo que gastó sus ahorros para venir desde Australia a verla cuando estuvo convaleciente. 

Estaba todo perfecto y a Claudia se le caían las lágrimas en el lavabo del hotel. Cuántas veces había estado ahí mismo sólo por entrar a un buen tocador después de haber pateado la calle buscando empleo. Había ido a ese hotel a pedir trabajo, a saludar a su padre y su madrastra de visita en Barcelona… Ese instante no podía alargarse y sus ojos irritados no deberían notarse. Tocaba entrar sonriendo en un mundo de apariencias, perfumes caros, delicatesen… y dejar atrás: escollos y dolor.

Ignacio no iba a estar y debía mostrarse entera. Valeria le había mandado un whastapp y le había pedido un buen momento para llamarla y, pese a que no lo había, hablaron. 

Claudia e Ignacio no se juntarían a medio camino como habían planeado. Había postergado su viaje hasta las vacaciones de la revista, las primeras de contrato indefinido. Estaba en el lado ganador, en el hotel que representaba su triunfo, destrozada. Su madre había perdido otro hijo y aún no lo sabía. Claudia no se lo había dicho a nadie. Después de esa noche mágica y rara, se lo diría. Le explicaría que había cumplido su sueño, vivir cerca del mar, surfeando y enseñando a surfear. Que su ola, de 7 metros de altura, The Right one, se lo había llevado.

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