lunes, 27 de junio de 2011

Este es un artículo que escribí después de pasar una gripe sola en casa con mi gata. Los nombres están cambiados para proteger la identidad de los citados, la mía y la de mi gata incluidas.

REVISTA YA

Martes 7 de Septiembre de 1999

Vida de solteros:

Limonada sola

Mi última gripe confirmó la advertencia. Conocí el lado oscuro de la vida loca que llevamos los sin compromiso, y no lo recomiendo.

Me lo habían advertido. Una de las peores cosas de vivir solo es ésa: estar solo. O sea, de repente percatarse de que una de las gracias de la libertad es que entre esas cuatro paredes (o más, dependiendo del billete) está solamente uno. Las plantas ayudan, eso es cierto, hay que regarlas y todo eso y se pondrán más bonitas cuantos más cuidados se les dé. Mi siamesa Kate también cuenta, claro. Viene a la puerta cuando llego... Pero, con franqueza, a veces no es suficiente. La música, la literatura, los amigos hacen su mejor esfuerzo; sin embargo, mi última gripe confirmó la advertencia. Conocí el lado oscuro de la vida loca que llevamos los sin compromiso y no lo recomiendo. Al principio, no quería saber nada del mundo exterior. Después llamó mi hermano, refregándome eso de Valentina, te lo dije, ningún enemigo es pequeño. Continuó con los virus, con cómo sales con el pelo mojado, que tal y que cual. Lo odié y después lo amé como siempre me pasa con él, cuando esa misma tarde, al salir del trabajo, llegó con una bolsita de la farmacia llena de remedios y otra del súper con jugos de naranja, limones y miel. Valentina, mucho líquido, me dijo, y se despidió. Luego del primer round gripal en que no tenía ganas de exprimir un limón, ni de tele, ni de teléfono, ni de nada, los remedios de mi hermano lograron que abriera los ojos. Seré valiente, me dije, no iré a enfermarme a la casa de mis padres. Jorge lo había hecho así, lo mismo que la Francisca. Pero yo también tengo mis defectos, así que no puedo juzgar a nadie. Le doy duro a la lavadora materna y todas sus revistas y diarios vienen a morir aquí. Leer, qué digo. No había considerado ese ítem, no tenía nada nuevo a mano. Repasé todos los rincones del diario y al encender el televisor me percaté de que me había olvidado de pagar el cable. Tuve que enfrentarme al terror de la televisión abierta, suerte que el miércoles vi los Archivos Secretos X.

Al dormirme tenía pesadillas de extraterrestres y mucha fiebre. La tortura seguía, los kleenex se acababan y el papel confort me raspaba la nariz. Me miraba al espejo y luego me arrepentía de hacerlo. No sabía qué hacer con tanto ocio. No nos educan para eso. Por fortuna, apareció sorpresivamente mi vecino Piero. Para que se hagan una idea de su estilo, a los dos nos gusta el mismo tipo de hombres. Vimos juntos las noticias. Jamás las había observado con tanto detenimiento, incluyendo goles de provincia y el pronóstico del tiempo. Y qué pronóstico. Caí en la cuenta de un tipo increíble: alto, flaco, ojos azules (eso no podría asegurarlo, mi tele no es muy fidedigna, menos sin cable). El flaco este era un oasis en el noticiero. Nunca pensé que lamentaría que el espacio dedicado al clima fuese tan corto. Con Piero no entendemos cómo no le han dado un estelar. Mi vecino me hizo limonada y me prestó Paisaje masculino, un libro total, según él. Me dio más fiebre luego del cuento Ejemplo para la juventud. Salvo esa excepción, nadie se hizo presente. Es que cuando uno desaparece de la escena, la gente nunca se imagina que uno está enfermo. Creen que estás en medio de un colapso laboral y no tienes tiempo de vida social o que pasas por una etapa intro y hay que respetarte. Por fortuna, un amigo brasileño fuera de todo estándar se acordó de mí, llamó y al rato llegó con pizza. Joao también me trajo tinto, porque dice que no sabe comer sin vino, pero olvidé encargarle comida para Kate. Ella ni se enteró. Creo que disfrutó conmigo todo el día en casa, alimentándose de un paté francés que me regalaron, latas de atún y yogur. Lo único que le asustaban eran mis atronadores y sorpresivos estornudos.

Los días pasaron y yo esperaba ansiosamente la musiquita que anuncia al hombre del tiempo y gozaba cuando él aparecía. Tan didáctico él, ¿cómo lo hará para ser entretenido cuando dice que desde Concepción a Punta Arenas habrá chubascos? Me imaginaba caminando con él por Providencia. Siempre sabríamos el clima del día siguiente y podríamos planificar exquisitos fines de semana en Tunquén (le pediría la casa a mi tía). Esquiaríamos en Portillo, lo pasaríamos increíble y volvería a sentir que no hay nada como la soltería, estar libre libre como el viento. En fin, me imagino que el delirio ese que tuve fue una de las ventajas de la fiebre alta. En todo caso, ya recuperada de mi gripe, deliriums tremens incluido, sigo pegada al pronóstico del tiempo.

Por Valentina Miró

Para acceder al diario El Mercurio, donde apareció publicado este texto, ahora hay que registarse:

http://diario.elmercurio.cl/detalle/index.asp?id=%7Bdcf4370d-6af9-4091-b652-1aff0ee18050%7D

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