viernes, 6 de mayo de 2011

Mamá Por Una Noche

Siempre me han dicho que tengo un talento especial para los niños. Mis amigas-mamás se esfuerzan en dejarme claro que sus hijos me aman... y yo, me lo he creído.

No se me había ocurrido imaginar que halagarme por mis cualidades con infantes significa Valentina, si algún día mis padres no pueden cuidarme los enanos, ando enojada con mi suegra o mi nana está de vacaciones, ¿podrías encargarte de ellos..?

Momentos así nos convierten en seres apetecibles para la casta de los casados. No hablo de cualquier soltero, sólo los que maduramos lo suficiente, los que superamos la etapa de carrete continuo, y que ahora estamos con la vida bajo control. Nuestras plantas frondosas y una gata limpia, preciosa y sana son pruebas fehacientes de nuestros casi aprensivos cuidados.

Volviendo al punto, llegó el día en que la promesa se concretó y me pidieron el favor. Era sábado en la noche y la Paula estaba invitada a cenar. Había agotado todas sus posibilidades y hasta su sobrina de 12 tenía una movida.

Me ofrecieron lo que quisiera para comer, podría hacer llamadas a larga distancia, usar internet, el cable por descontado, mandar faxes y hasta darme un sauna o un jacuzzi. Como era yo la que instaba a la Paula a salir más con Andrés ("Titanic" fue la última película que vio), accedí gustosa. Ahí estaba yo dispuesta a satisfacer los insólitos requerimientos de tres energúmenos (de seis, cuatro y dos) que supuestamente me adoran.

Las instrucciones fueron las siguientes: los niños ya comieron, a las nueve tienen que estar durmiendo y les acabo de cambiar pañales.

Sin embargo, en la práctica te das cuenta de que todo es mentira. Como los caballos, los niños saben perfectamente si la persona que lleva las riendas tiene mando sobre ellos o no. Y yo no lo tenía.

Así que bastó que comenzara a degustar mi pasta italiana con masa hecha en casa para que los pergenios atacaran mi plato.

- ¿Y ustedes no habían comido?

- Sí, pero déjanos probar de lo tuyo.

Al rato, me llegó un hedor cuyo origen al principio desconocía. Luego de una sabuesa investigación identifiqué la fuente: el poto de la Elisa.

¿Así que pañales cambiados?...

Inicié el procedimiento junto a la Fabiola, la de cuatro años, que me miraba con horror.

- Tía Valentina, lo haces todo mal. No se limpia con eso, me dijo despectivamente.

- Cresta, le respondí.

- Dijiste un garabato, se lo diré a la mamá.

- Mierda.

- Dijiste otro y estás poniendo el pañal al revés.

Seguí sus precisiones reconociendo hidalgamente mis culpas. Terminé pasadas las diez, quise ver "Sex and the city", pero los niños me robaron el control remoto. Ellos querían monitos y sabían dónde encontrarlos. A esas alturas estaba tan furiosa que, cuando llamó Paula desde el baño de la casa y me dijo la fiesta está muy aburrida, íntimamente le confesé que mi autoridad sobre el trío fue nula y que desde ahora creía que dejaron de adorarme como lo hacían.

Los insomnes aprovecharon de darle el último buenas noches a la mamá, vieron quince minutos de monitos, después logré que se fueran a la cama, pero quisieron otros 15 minutos más de juegos. Eran casi las 12, no había podido disfrutar de ninguno de los privilegios que me otorgaron y pensé si acaso no es una sabia y responsable decisión postergar la maternidad, por más que una supuestamente tenga tanto ángel con los niños.

Mientras hacía dormir a Sebastián, me dormí yo. Tuve una pesadilla: era educadora de párvulos. Por suerte, a la una me despertó la Paula.

Por Valentina Miró (seudónimo de Lourdes Andrés para la columna Vida de Solteros)

Publicado el Martes 15 de Febrero de 2000 en la REVISTA YA de El Mercurio (http://diario.elmercurio.cl/detalle/index.asp?id=%7Bcf06c9f2-0599-45f1-bc54-be6d621306a9%7D)

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